Hoy os paso una historia sobre cómo las segundas oportunidades no siempre son una buena idea. A veces nos hacen darnos de bruces contra una realidad que no queríamos aceptar.
El pintalabios lila
Abrí
el buzón y me encontré con aquel folleto. Empresa Adán&Eva. Compañía de creación de replicantes. Si entrega
fotografías, vídeos, documentos y objetos personales, nos comprometemos a
elaborar una reproducción lo más exacta posible del sujeto fallecido, decía el
texto del anuncio.
Después
de dos divorcios, quería recuperar a Beatriz, mi primer amor. Su boda con otro
hombre y su muerte en aquel accidente me habían dejado el sabor amargo de haber
perdido la única relación sincera que había tenido en toda mi vida.
Acudí
a la sede de Adán&Eva. Entregué
todo lo que pude encontrar sobre Beatriz. Las fotos de aquellas vacaciones en
la playa. Sus objetos inseparables: su barra de carmín lila y su reloj sin
números en la esfera. Nuestros mails de ruptura. El vídeo de su boda con aquel
cabrón que le hizo la vida imposible y no supo quererla como yo la hubiera
querido.
Por
fin la réplica estuvo lista. Era perfecta. Idéntica a ella. Salvo por el
detalle de que por las mañanas tomaba zumo de naranja envasado cuando Beatriz
prefería tomarlo natural, con las naranjas que yo le exprimía.
Pero
pronto las cosas comenzaron a cambiar. Llamadas sin contestar. Salidas
furtivas. Perfumes intensos. Sexo rápido y sin ganas. Exactamente igual que en
la última etapa de nuestra relación.
Un
día regresé antes del trabajo. Ella no estaba en casa. Salí a la calle. Me
acerqué a aquella cafetería llena de espejos donde solía quedar con ella.
Recordé cómo jugábamos a no mirarnos a los ojos, sino a hacerlo a través de nuestros
reflejos, conversando los dos de cara al espejo mientras tomábamos un café.
Y
al mirar al espejo los vi sentados en la barra. Bueno, a sus reflejos. Era
Beatriz con… con su viudo. Los años le habían tratado bien, solo habían
acrecentado su gesto cínico. Él le entregó un estuche. Beatriz lo abrió y sacó
un reloj de pulsera sin números en la esfera. Ella sonrió y le dio un beso en
los labios. Vi cómo le dejaba una marca de carmín lila. Él, divertido, señaló
hacia su corbata. Era lila también. Los labios de Beatriz decían: Ya sé que es
tu color favorito.
Y
supe que la había perdido por segunda vez, pero que esta era mucho más dolorosa
que la primera. Porque ahora sé que nunca me había amado.
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