Hoy llego con un relato homenaje a Circe, la hechicera de La Odisea que convertía con su vino a los hombres en cerdos y que retuvo a Ulises durante unos años. Quizá siga esperándole en algún lugar del Mediterráneo...
Después de pasar varios días de calma chicha, necesitábamos
víveres, así que desembarcamos en aquella isla a pesar de su aspecto extraño.
Quizá fuera por su vegetación espesa, por ese palacio en ruinas encima de la
colina o por ese silencio que la envolvía, solo roto por gruñidos de cerdos,
lobos y perros que, lejos de intentar atacarnos, se acercaron amistosos a
lamernos las manos cuando desembarcamos.
En el palacio, encontramos a una anciana rodeada de una
inmensa tela blanca. Seguía cosiendo a pesar de estar casi ciega y apenas
levantó los ojos cuando nos oyó entrar.
-Marineros perdidos… Hace mucho tiempo pasó un viajero,
pero se marchó. Me prometió que volvería y me dijo que tuviera preparado mi
vestido de boda. Sigo tejiéndolo desde hace siglos y esperando su regreso… Sentaos
conmigo. Tomad un poco de vino…
Pero los temblores de su mano hicieron que la copa cayera
sobre la tela. Algunos de los cerdos se acercaron a lamer el vino y mancharon
el vestido con el barro de sus pezuñas.
-Es mejor que marchéis. Ya ni siquiera tengo fuerzas para
ser una buena anfitriona. Ciega como el rapsoda que cantó su historia, y
tejiendo como la mujer que lo esperaba en casa…
Abandonamos la isla. Nos llevamos a algunos cerdos y los matamos
para comerlos. Todavía no sé por qué, sentimos que cometíamos un acto impío al
sacrificarlos…
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